24
Oct
08

Su vida prestada

Volví con una taza de capuccino. Recuerdo que de rapaz me hacía mucha gracia la palabra capuchino. Tendría yo unos cuatro o cinco años, y siempre que mi padre nos llevaba a la familia en coche por el Campo del Sur, al pasar por delante de la Iglesia de Capuchinos me contaba la historia del pintor Murillo, que murió en aquella iglesia al caerse de un andamio mientras pintaba los techos. A mí siempre me gustaron las historias truculentas, y me brillaban los ojos y temblaba de emoción cada vez que mi padre me la contaba. Una y otra vez lo hizo hasta que la aprendí de memoria. Entonces, cuando las amigas de mis padres me pedían que les dijera algo, les contaba esa historia. Algunas señoras mayores, requetepintadas y peripuestas, se asustaban. No entendían cómo un niño de cuatro años podía relatarles la muerte violenta de un pintor que ocurrió varios siglos antes en una iglesia de su barrio. Uy, niño, por Dios, qué cosas más siniestras te gustan a ti.

Y cuando dí el primer sorbo a mi taza, el vaso de plástico de Beatriz seguía intacto, ya frío como un témpano.

– Pues mi niña es bien alta, como tú. No sé si tendré una foto suya por aquí…

– Tiene que ser guapa…

– ¡Bueno! Guapísima. Y tiene una nariz como la tuya. De hecho, la heredó de mí, que soy un poco judía. Mis padres eran judíos, y muy judíos, y mis abuelos también…tengo unas influencias judías bárbaras. Lo que pasa es que me operé…clavando unos tablones de madera me machaqué la nariz, y ya que estaba allí en el quirófano, les dije a los doctores, podéis operarme y quitarme este hueso, y luego me arrepentí, porque sabés, me parece como si no fuera ya la misma persona. Pero mi niña tiene esa nariz.

– Ya…

– Jose, tengo que estar aburriéndote muchísimo… ¿por qué no me cuentas qué haces aquí en Londres?

– He venido para aprender el inglés, como hacen casi todos…el problema es que necesito piso y trabajo, y no he encontrado nada por el momento.

– ¿No has trabajado en nada aún aquí?

– Bueno, estuve cuatro días de temporary en el Empire Casino de Leicester Square. De camarero.

– Ah, pues no conozco mucho ese casino.

– ¿No? Bueno, quizás te suene algo más el Napoleon, que dicen lleva abierto más de veinte años.

– ¡Claro! Ahí sí que iba yo mucho.

– Ya, ¿trabajaste allí?

– No…

– Bueno, ¿y tu hija de qué trabaja?

– Allí en el council, de administrativa. Vivimos juntas…en realidad ella me pasa todos los meses un dinero…doscientas cincuenta pounds, para mis gastos…

– ¿Y por qué no buscas un trabajo, Beatriz? Seguro que aún puedes hacer muchas cosas…

– Sí, sólo tengo cincuenta y seis años, pero nadie quiere contratarme…

– ¿Y eso?

– La última vez fui a un bar inglés, y el dueño, que era muy buena persona, me preguntó Beatrice, ¿cuánto tiempo llevas sin dormir?, porque aquí todos me llaman Beatrice -no dejes nunca que te llamen por otro nombre que no sea el tuyo-. Y yo le dije, he dormido 4 horas durante el último año. Y a la primera semana de trabajo fue a hablar con el turco que me había empleado antes, a decirle, cómo es posible que esta pobre mujer no haya dormido más que cuatro horas en el último año. Fíjate, qué buena persona. Pero luego me despidió…y a las dos semanas cerró su negocio.

– Joder, ¿y cómo podías dormir tú tan poco?

– Bueno, es que esa época yo bebía muchísimo. Primero iba a fiestas con mi amiga, y ella tomaba vino y se ponía a hablar mucho en francés, y luego empecé a tomar yo también. Al final ella dejó de tomar y un día nos peleamos. Yo la empujé y le dije no quiero saber nada más de ti…

– Vaya tela…

– …igual me pasó en el casino, yo iba allá mucho, estuve jugando allí durante años…un día cogí todas mis tarjetas de crédito y me fui allá. Aposté y perdí trece mil libras. Entonces mi hija se tuvo que venir a vivir conmigo. Hay veces que pienso que debería morir, para liberarla a ella. No soy más que problemas para ella.

Beatriz bebió entonces su primer trago de café. Yo casi apuraba los últimos sorbos.

– No digas esas cosas, Beatriz…tienes mucho que vivir por delante…

– Por eso te digo, el sexo es peligroso.

– Pero Beatriz, ¿llegaste a trabajar de prostituta?

– No, pero te hablo por experiencia, por mi hija. Mi hija le tiene un odio terrible al Kamasutra y esas cosas, porque sabés, ella lo ha pasado muy mal. Hay gente muy mala y sucia que no entiende de amor y sólo ve el sexo como algo físico…

– Bueno, Beatriz, yo creo que aún estás a tiempo de ayudar a tu hija, puedes hacer cursos de formación, hay cosas gratuitas o muy baratas, y con eso puedes trabajar y pagarte algunos gastos…

– Sí, debería…pero luego veo que tengo tan poco, y que nadie me contrata, y pienso, con lo barata que es, me compro una latita de cerveza y me pongo a dar vueltas por el barrio. Pero creo que voy a hacer algo…

– Claro, Beatriz, eso deberías hacer, que nunca es tarde para luchar por uno y por los suyos.

Permanecimos un rato más discutiendo, hablando de las persecuciones a los judíos y el antisemitismo, del amor, de las religiones, del último libro que yo me había leído. Antes de despedirnos, me pidió mi teléfono. Esta noche veré a mi hija y le diré que he conocido a un chico muy simpático, que sabe inglés y español, a ver si tiene trabajo para ti en el council. Yo se lo agradecí, pero no esperé nunca recibir esa llamada.

Me retiré, tan cariñoso como pude, y bastante aturdido por la extraña y melodramática historia que acababa de escuchar. Uno siempre piensa que lo ha escuchado todo, y desde luego, cree ser el patrón de su barco. Sale a la mar uno y otro día, orgulloso y altivo, descuidado. Pero un día, le pierde la mano al timón y queda a la deriva.

¿Preferirías tú entonces naufragar solo, sin que nadie supiera de tu imprudencia y torpeza? ¿Morir dignamente, si existiera esa dignidad?

¿O quizás ser rescatado en el último momento por un barco amigo, y arrastrarlo también a él a las corrientes?

Yo por si acaso, tomaré nota en mi bitácora. Creo que como mucho, navegaré sólo los días impares.

Rojos e impares.


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